viernes, 23 de mayo de 2014

Queso de yogurt casero desnatado. Primera experiencia.

   Hace tiempo que tenía ganas de hacer queso casero, así que por fin me he decidido. Lógicamente me he informado de cómo se hace el queso (no suficiente), en este caso quería probar con un queso fresco sencillo, pero la incertidumbre de la experimentación está ahí. Y como comprobaréis ha sido todo un experimento, que podía haber sido un desastre, pero la improvisación acertada y la intuición ha determinado un más que aceptable desenlace.
   Lo primero que hice fue comprar cuajo natural en polvo. Preparé un par de litros de leche desnatada UHT y le añadí el cuajo. Cual fue mi sorpresa que no cuajaba después de una hora. ¿Le habré añadido poco? No puede ser, he puesto más que suficiente de lo que marca la etiqueta del producto. Le pongo otra dosis de cuajo y espero un par de horas. Nada de nada.
   Yo no tiro la toalla, así que busco una explicación en internet y mi sorpresa es que la leche UHT, por las altas temperaturas a las que se ve sometida, no cuaja. Tachaaan, no pasa nada. Aquí no se desperdicia nada.
   ¿Cómo lo solucionamos? Le añado dos yogures desnatados, unos 100 gr de azúcar, caliento la leche a 35º C y por lo menos tomaremos yogur. Lo dejo fermentar 24 horas a temperatura ambiente.
   En ese día de espera "fermentativa" sigo teniendo el "antojo" de comer queso, así que con una gasa grande y un colador cuelo este yogur durante 48 horas en la nevera.
   En este paso no deja de ser yogur espeso, y como tal sabe, con un ligero dulzor. Lo pongo en un bol de plástico tapado y lo guardo en la nevera una semana, para que "madure".





   Todo un acierto, pierde un poco de dulzor, se hace un poco más consistente, ligero, pierde ese sabor de yogur natural y gana el de queso.
   Ideal como merienda con un poco de pan de leche casero y miel.
   Seguiremos experimentando en el mundo del queso, pero esta aproximación ha sido un acierto (quizás el del principiante), no se parece a nada que haya probado y ha gustado a toda la familia.












lunes, 19 de mayo de 2014

Dormir poco en la infancia se vincula con un mayor peso después.

Una investigación señala que hay que tener buenos hábitos desde el nacimiento

De lo contrario, puede contribuir en una obesidad en la infancia

   ¿Cuánto duerme su hijo? ¿Cumple las horas de sueño indicadas para su edad? Además de cómo puede influir este hábito en el comportamiendo de los pequeños, el tiempo que pasan durmiendo parece tener un papel clave en el peso que van tener posteriormente. Una investigación muestra este vínculo y señala que hay que tener buenos hábitos desde los primeros meses de vida pues, de lo contrario, puede contribuir en una obesidad en la infancia.
  "Nuestro estudio encuentra evidencia convincente de que dormir menos de lo recomendado en los primeros años de vida es un fuerte factor de riesgo e independiente de obesidad y adiposidad", explica Elsie Taveras, jefe del servicio General de Pediatría en el Hospital Infantil MassGeneral (MGHfC). Concretamente, según los resultados relatados en el estudio, publicado en la revista Pediatrics, los niños que dormían menos tenían un índice de masa corporal 0,48 unidades más alto que aquellos que más horas de sueño cumplían cada día.
   "Asociaciones similares hemos visto también en otras medidas",apunta el autor, como el índice de grasa corporal (una diferencia de 0,72 kg/m²), la circunferencia de la cintura (unos 3,61 centímetros de diferencia) y la de la cadera (aproximadamente 2,78 milímetros de diferencia), la medición de los pliegues cutáneos (una diferencia de 4,22 milímetros) y la grasa abdominal (con una diferencia de 0,36 kg/m²).
   Investigaciones previas señalaban un periodo crítico antes de los cinco años. Hasta esta edad, decían, dormir poco podía desencadenar obesidad. Sin embargo, y "al contrario de lo que dichos estudios postulaban, no encontramos ningún periodo crítico en el que la falta de sueño influya especialmente en una ganancia posterior de peso. De hecho, dormir poco en cualquier momento de la infancia temprana [desde el nacimiento hasta los siete años] tuvo efectos adversos", agregan los autores del informe.
   A diferencia también de los anteriores trabajos, el actual no sólo ha examinado sino que ha utilizado varias medidas, además del índice de masa corporal (IMC), que determina la obesidad basada exclusivamente en la relación entre la altura y el peso. Por ejemplo, la circunferencia de la cintura y la de la cadera.

Siete años de seguimiento

   Este nuevo estudio está basado en los datos del Proyecto Viva (que incluía a 1.046 menores), una investigación que analiza el impacto a largo plazo sobre la salud de ciertos factores que ocurren durante el embarazo o después del nacimiento. Los investigadores recabaron información de entrevistas realizadas a madres cuando sus hijos tenían seis meses, tres y siete años. Estos cuestionarios se completaron cuando esos hijos habían cumplido uno, dos, cuatro, cinco y seis años.
   Entre otros asuntos, a las madres se les preguntó el tiempo que sus hijos dormían, tanto durante la noche como en el día. A lo largo de siete años, a los niños se les midió además de su peso y altura, su grasa total, la abdominal, la circunferencia de su abdomen y de su cadera.
   Se definió como sueño insuficiente pasar menos de 12 horas al día durmiendo entre los seis meses y los dos años, menos de 10 horas entre los tres y los cuatro años y menos de nueve de los cinco a los siete años. En función de las respuestas de cada madre, los niños fueron asignados a unos grupos u otros en función de la cantidad de horas que dormían.

Más obesidad y adiposidad

   Tras analizar los datos, los investigadores comprobaron que los niños que estaban en la posición de la tabla de sueño más baja tuvieron medidas corporales mayores que reflejan obesidad y adiposidad, incluida la grasa abdominal que se considera particularmente peligrosa. Esta asociación fue consistente en todas las edades, indicando que no hay un periodo crítico para esta interacción entre sueño y peso. Lo que sí se detectó fue que en aquellos hogares con menos ingresos, o con una educación materna menor y entre las minorías étnicas fue más frecuente que el sueño de los hijos fuera más corto; pero la relación entre sueño y obesidad no cambió ajustando estos y otros factores.
   Entre los mecanismos biológicos que podrían estar detrás de esta relación se incluyen la influencia de las hormonas secretadas durante el sueño que controlan el hambre y la saciedad; la alteración del ritmo circadiano; la escasa capacidad para tomar buenas decisiones a la hora de elegir los alimentos; cambios en la conducta provocados por la deprivación del sueño; o la generación de rutinas en el hogar que conllevan a dormir menos y comer más sobre todo aperitivos o dulces mientras se está viendo la televisión. Todas estas explicaciones deben de ser evaluadas en otros estudios porque, de momento, no hay una causa clara.

Rutinas contra la obesidad

   Según un estudio de Sarah Anderson, profesora de epidemiología en la Escuela de Salud Pública de la Universidad Estatal de Ohio (EEUU), algunas rutinas o la falta de las mismas en el hogar pueden ser los responsables directos de que los niños duerman pocas horas. Tal y como había comprobado, cenar en familia, asegurarse de que los más pequeños duermen las horas que les corresponden y limitar el tiempo de televisión a dos horas al día estaba asociado a un 40% menos de riesgo de desarrollar obesidad.
   "Mientras necesitamos más ensayos para determinar si mejorar el sueño conduce a una reducción de la obesidad, de momento podemos recomendar que los médicos enseñen a los niños y a sus padres formas para dormir mejor -que incluyen consejos sobre una buena rutina nocturna, limitar la cafeína en las bebidas que se toman por la tarde y eliminar las distracciones que generan los dispositivos electrónicos en la cama. Todo esto puede ayudar a promover unos buenos hábitos de sueño, lo cual favorecerá una mayor atención en el colegio o en el trabajo, un mejor humor y una mayor calidad de vida", explica Taveras. Sobre todo, teniendo en cuenta que "pocas horas de sueño durante la infancia están relacionadas con otros factores de riesgo cardiovascular, aparte de la obesidad, como la hipertensión".





































































































































martes, 13 de mayo de 2014

El 87% de la población dice tener en cuenta lo que come para su salud cardiovascular.

Las mujeres entre 30 y 50 años prefieren prevenir estas dolencias con preparados naturales, sobre todo en Andalucía, Madrid y Cataluña, mientras que los hombres y el resto de franjas de edad prefieren los medicamentos.

   La mayor parte de las enfermedades cardiovasculares son evitables con el estilo de vida y los ciudadanos lo saben, ya que hasta el 87 por ciento dice tener en cuenta lo que come para su salud cardiovascular, según se desprende de los resultados de una encuesta del Centro de Investigación sobre Fitoterapia (Infito).
   En dicho trabajo participaron 2.400 personas de entre 20 y 60 años, de quienes el 58 por ciento decía cuidar siempre su salud cardiovascular a través de su alimentación, y el 29 por ciento reconocía hacerlo a veces.
  Las mujeres en general y los individuos entre 30 y 50 años prefieren prevenir las enfermedades cardiovasculares con preparados naturales, especialmente en Andalucía, Madrid y Cataluña, mientras que los hombres y el resto de franjas de edad prefieren los medicamentos.
   El problema, según ha reconocido la cardióloga del Hospital Rey Juan Carlos de Madrid Petra Sanz, es que muchos ciudadanos "empiezan a prevenir cuando ya es demasiado tarde", y recomienda no fumar, practicar ejercicio de manera regular, controlar el peso y mantener una dieta equilibrada (rica en verduras, frutas, pescados y evitar las grasas saturadas), que incluya omega 3 y fitoesteroles.
   Para incidir en la importancia de la alimentación en la prevención de enfermedades cardiovasculares, Infito ha lanzado, en colaboración con la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (SEDCA) y la Fundación Española de Hipercolesterolemia Familia, el libro 'Plantas medicinales y complementos de la dieta para la salud cardiovascular'.
Mejorar el perfil lipídico
   La guía contiene una de las más amplias revisiones de estudios científicos hasta la fecha sobre el papel de la dieta y los preparados farmacéuticos de plantas medicinales que ayudan a controlar los factores de riesgo cardiovascular.
  Así, para mejorar el perfil lipídico, el presidente del comité científico de SEDCA, Jesús Román, recomienda la dieta mediterránea, dietas pobres en grasa, una dieta rica en carbohidratos, proteínas de soja, fibra y fitoesteroles, cereales integrales, ácidos grasos omega-3, frutos secos, el té verde y el vino tinto, así como la suplementación con policosanoles y con levadura roja de arroz.
   Esta última ha sido autorizada recientemente por la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus siglas en inglés) para el control del colesterol ya que ha demostrado conseguir una reducción media del 19 por ciento para el colesterol total, del 23 por ciento para el colesterol LDL y del 17 por ciento para los triglicéridos, así como un incremento del 11 por ciento para el colesterol HDL.

INFITO



lunes, 5 de mayo de 2014

El consumo de fibra tras un infarto reduce el riesgo de muerte en un 25%.

Una investigación estadounidense muestra que, por cada aumento de 10 gramos diarios de ingesta de fibra, desciende en un 15% el riesgo de fallecer durante los 9 años siguientes al infarto.

   Las personas que sobreviven a los infartos de miocardio tienen una mayor probabilidad de vivir más tiempo si aumentan la ingesta dietética de fibra, tal como recoge una investigación publicada en el British Medical Journal. Según este trabajo, los individuos que comen más fibra tienen una probabilidad un 25% menor de morir en los 9 años siguientes al ataque frente a los que toman menos fibra. Cada aumento de 10 gramos diarios de ingesta de fibra se asocia con un riesgo un 15% menor de morir durante dicho periodo.






   El equipo de investigación, con sede en Boston, Estados Unidos, analizó dos grandes estudios en Estados Unidos, el 'Estudio de Salud de las Enfermeras', que incluye datos de 121.700 mujeres, y el 'Estudio de Seguimiento de los Profesionales de la Salud', que incluye datos de 51.529 hombres. En ambos estudios, los participantes respondieron, cada dos años, a cuestionarios sobre hábitos.

   Los científicos analizaron a 2.258 mujeres y 1.840 hombres que sobrevivieron a un primer infarto de miocardio. Los participantes fueron seguidos durante los 9 años siguientes al ataque como promedio, durante los cuales murieron 682 mujeres y 451 hombres murieron.

   Los participantes se dividieron en cinco grupos (quintiles) de acuerdo con la cantidad de fibra que comían tras el infarto. Los individuos del quintil superior (los que comían más fibra) presentaron un 25% menos de riesgo de morir por cualquier causa durante los 9 años siguientes al ataque frente a los individuos del quintil más bajo.



British Medical Journal (2014); doi:10.1136/bmj.g2659