Que los pequeños de la casa participen en la elaboración de las comidas no solo les hace más felices; les hace más sanos
Para un niño, la cocina es un lugar misterioso. Es un sitio donde entran los mayores y, tras un proceso que envuelve tiempo y una serie de diferentes olores —generalmente agradables— sale comida. Para un padre, o una madre, la cocina es un lugar peligroso. Cuchillos, enchufes, placas calientes, productos de limpieza, todo cosas a las que los niños no deben acercarse, cuanto menos tocar. Sin embargo, el romper esa relación de miedo y misterio es beneficioso para los niños. Enseñarles a cocinar no solo les da un sentido de responsabilidad y les involucra en las tareas del hogar, sino que además, es bueno para su salud.
Un estudio, encargado por la multinacional agroalimentaria Nestlé,ofreció un menú a 47 niños de entre seis y diez años. Los platos fueron pasta, coliflor, pollo empanado y ensalada. Algo más de la mitad de ese grupo participó con al menos uno de sus padres en la elaboración de las comidas familiares; la otra mitad no. Al final de la experiencia, el grupo que participó en la preparación consumió un 27% más de pollo y un 71,6% más de ensalada.
Tras el estudio se hizo un pequeño cuestionario a los participantes. “Los niños que colaboraron se sentían más orgullosos, más felices, más mayores y más en control de la situación”, comenta Klazine van der Horst, una de las responsables del estudio.
La de Van der Horst no ha sido la primera experiencia para analizar los beneficios de traer a los niños a la cocina. “Aunque nunca han sido muy amplias, hay experiencias previas en la misma línea”, señala José Manuel Moreno, coordinador del comité de Nutrición de la Asociación Española de Pediatría. “Se ha demostrado que si los niños participan en la elaboración de la comida se alimentan mejor”.
La experiencia, no obstante, aporta algo nuevo. “La mayoría de los estudios sobre el tema se hacen en colegios”, señala Van der Horst. “Esta es una de las primeras investigaciones que se hacen con familias, y los efectos son ligeramente mejores”. Moreno reconoce que la participación de los padres o responsables no ha recibido demasiada atención por parte de los investigadores y pediatras. “Se hace énfasis en las escuelas sobre la importancia de la nutrición, los niños aprenden cuales son los principales grupos alimenticios… pero luego la vida nos lleva por otra parte”, reflexiona.
“Cuando los niños se implican en la preparación de la comida conseguimos muchas cosas”, relata Catalina García Germán, de The Good Food Company, que tiene talleres en Madrid para enseñar a cocinar a los niños. “Entienden mejor de donde viene cada alimento, valoran más el trabajo que hay detrás de cada comida, les interesan ingredientes que no les gustaban antes…”
La primera pregunta para los padres es ¿dónde y cuándo empezar? “Más que determinar una edad lo ideal sería ajustar la edad a lo que hacen”, considera García Germán. “Un niño de dos años puede ayudarnos haciendo albóndigas, por ejemplo”. Pero meter en la cocina a niños tan pequeños puede preocupar a algunos padres. “Entre los seis y diez años es una buena edad para empezar, porque con los adolescentes lo que hay que intentar es que vengan a comer a casa”, señala Moreno. “Además, es una edad muy segura”.
Lo importante es que sea gradual y divertido. “No hay que complicarse mucho”, señala García Germán. “A veces, dejarles lavar los tomates para una ensalada les resulta un auténtico planazo. Lo ideal es empezar por cosas sencillas que les resulten atractivas, como hacer galletas o darle forma a las trufas”. “Hay que hacer que encaje en la vida cotidiana de las familias”, considera Van der Horst. “Hay muchas formas. Si no conseguimos que sea una experiencia agradable, no va a funcionar. “Los niños tienen que disfrutar del cocinar juntos”, comenta García Germán. “No hay que corregir mucho lo que vayan haciendo. Recuerdo que cuando mi hijo tenía tres años hicimos una paella de salchichas. Lo mejor que puedo decir es que estaba curiosa, pero nos la comimos felices porque él lo estaba”.
Uno de los factores que incentivan a los niños a comer más y mejor es la posibilidad que tienen de elegir y descubrir los alimentos que van a preparar. “Hay que hacer a los niños responsables de la elección”, continúa Van der Horst. Pero eso no tiene que significar que puedan elegir cualquier cosa. Los padres tienen que insistir en aprovechar la ocasión para que sus hijos prueben de todo, incluidos los ingredientes difíciles. “Lo ideal es intentar combinarlos con otros que sí les gusten”, propone García Germán. “Mezclar las verduras, triturarlas mucho, ponerlas en las salsas… pero ojo: eso solo es un parche temporal”.
La participación de los niños en su dieta no se queda en la cocina. “Que vean cómo se decide la cesta de la compra también influye de manera positiva”, comenta el coordinador del comité de Nutrición de la AEP. “Si encima tienen un pequeño huerto, saben mucho más de dónde sale lo que comen”. Pero dentro de la cocina o fuera, lo importante es que participe toda la familia. “Sabemos que los niños que comen varias veces por semana en familia tienen menos obesidad que los que comen solos”, señala Moreno. “Los niños que cocinan con su familia sienten que su trabajo se valora de una manera concreta”, concluye García Germán. “Lo que ellos cocinan su familia se lo come”.
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